Entre bostezos laborales

Todos mis trabajos, pero en especial aquellos insulsos alienantes vacíos de los que tengo amplia experiencia, pueden convertirse observados bajo la óptica precisa en laboratorios del alma humana. Bajo mis tareas laborales de quitar grapas, recorrer interminables pasillos en busca de referencias soporíferas, o ver pasar las horas muertas sin clientes que atender y tras mostrador que sufrir, han ido siempre ascendiendo, subrepticiamente o con descaro, análisis profundos de los caracteres de mis compañeros. Modos y modales, palabras delatoras, gestos, muecas, silencios, y todo lo que mi magín pueda intuir es usado como material para juzgar o condenar, salvar o quemar, en las hogueras de sus supuestas vanidades, prejuicios, solidaridad, amistad, lujurias soterradas y vaya usted a saber que más.
Pero el glorioso momento deviene cuando invierto la mirada e introspectivamente me analizo. Entonces, todo lo que no sea Yo se borra de un plumazo prístino y límpido, el pseudo-psicólogo de tres al cuarto desaparece y emerge la figura del filósofo: más allá del juego, las primeras capas, y el error, nada, pues el alma humana es insondable.

Historias de mi universo

Soy un tipo terriblemente influenciable: si leo a Nietzsche reflexiono con él, si toca Dostoievski cambio de tercio, ahora Cortázar, luego Sartre, etcétera.
A veces, por suerte o eso creo, se me mezclan y paro cualquier cosa en la que hay de mi todo lo malo y de ellos el resto. Hoy no es este caso sino aquel.

Llevo unos días con Borges y él obsesiona mi magín. Hace cuatro días o cinco noches soñé con la lectura de un pasaje supuestamente suyo en el que denunciaba las injustificadas complejas interpretaciones por parte de los críticos de la natural sencillez de sus relatos, creo recordar algo de amenaza incluso, pero ya me es imposible acceder a más. Bajaba (para las que no la conozcan en Guadalajara siempre se sube o se baja) por la calle con el Sol escupiéndome cuando lo recordé, y no pude sino retirarme al teatro -coincidencia geográfica- para escribir algo decente. No lo logré y tras el fracaso lo resquebrajé contento de ser capaz de desechar algo.
Hoy continúo con Borges y tras la Historia universal de la infamia llega Historia de la eternidad. Leyéndolo no puedo sino reafirmar mi segura impresión de que poseo un espíritu parcialmente anacrónico -y soy suave y parco en el juicio.
El caso es que hasta a mi mismo me cuesta explicarme el deleite, no ya de Borges que es harto comprensible, sino de sus líneas cargadas de teologismo y metafísica religiosa. Recuerdo ahora, es lo que tiene la ilación, que lo mismo me ocurrió con Jung hace apenas un mes por tierras berlinesas, y una sonrisa nostálgica se esboza, pero continuemos con los deleites que mencionaba.
Para empezar, son datos que aprehenderlos íntegramente me están vedados a causa de lecturas más o menos rápidas y carencia de base teológica por mi parte, y usos del latín por la suya. Y para terminar, se trata de un placer un tanto extraño, ya que, para que nos entendamos, soy más ateo que otra cosa.
Ahora bien, ello y más no me quita un regusto de auténtico placer cuando lozano bailo entre esas páginas casi arcanas de genios insondables.
Extraño mundo este, en el que se puede pasar del cielo -cierro el libro aún abierto devotamente, a la infamia -enciendo el televisor, sin solución de continuidad.

De la textura de las piedras

Ahora debería ser de noche pero todavía no sé forzar a la Luna.

De regreso a las lindes de mi ciudad, contemplo como tras un año las fauces del hierro continúan imparables. Y los recuerdos de barra en la tarde de ayer nos llevaron al grupo a lo que ya son recónditos lugares: monte y campos a las afueras de Guadalajara –lo que otrora era tal, hoy son casas y carreteras. Tan sólo diez años de memoria y desnudo de hierro buena parte de la actual ciudad.
Me resulta ya muy difícil coger el macuto las ganas los pies y salirme a las afueras de este feo ambiente de ciudad mediocre. Antaño podíamos por mi sur bajar hasta el río donde ahora levantan otro puente. Qué días aquellos de caña y terreras, los quince borraban el peligro y la conciencia y sólo así podíamos disfrutar a pleno pulmón de una mala pesca pero de una tarde intensa ascendiendo por pendientes de dudosa firmeza pero certera caída. Creo que fui el único que nunca pescó nada –salvo la merluza de mi vida a base de vodka vino cerveza y todo lo que pude echarme al coleto al cruzárseme por delante, pero también el único que subió todas las terreras catalogadas en fáciles muy difíciles y realmente peligrosas. Nunca me atreví a saltar la imposible: mis huesos deben estarme agradecido.
Si nos daba por dirigirnos a occidente tan sólo era cruzar la carretera nacional y un mundo distinto se abría paso: primero cultivos, luego monte y más allá lo desconocido. Hoy quedan por esas ruinas hoteles y Cortes Ingleses y eternas obras. Si subimos hasta nos han puesto una nueva ciudad de bello nombre pero fea factura. Y si bajamos el Toro, mítico, ya no da para los primeros botellones –si acaso para contemplar crecidas de coches y edificios.
Vayamos al norte clama mi olvido, pero dura lo que dura la frase pues recuerdo al instante que por allí no una, sino hasta dos ciudades nuevas podríamos decir que se han levantado. Aguas Vivas no se si tendrá mucho agua, pero ladrillos hay para aburrir.
Mi nostalgia cerebral añade factores que siempre colaboran en la empresa de la acción, o más bien de la in-acción: el miedo y la decencia. El miedo crece con la edad, eso dicen o eso digo, y no es descabellado. Lo que hace unos años era pura emoción cuando advertíamos a un tío haciéndose el crucificado en un olivo dejado de la mano de dios en un páramo del diablo, hoy se divisa con el signo de “cuidado”. Y por lo que respecta a la segunda, hoy cuesta más (y no sólo hay que irse mucho más lejos para caminar con la Luna en un campo cultivado), salir a pegar gritos a la noche descabellados de inconformismo e incertidumbre. Ni que decir tiene de mis solitarias búsquedas de ovnis o rarezas varias que se saldaron sin mayor usufructo que el estirar las piernas: ¿cómo la decencia del que enfila ya más los treinta que los veinte se permitiría tal cosa?

No quedan dudas, esta Guadalajara mía cada vez tiene garras más largas, y nosotros las alas más cortas. O quizá el problema no sea la sombra del cemento de los pisos sino el entumecimiento de mis huesos.

No, eso va a ser que no porque si así fuese no habría venido hasta esta vieja terrera a desempolvar estos recuerdos. ¡Que crezca la ciudad cuanto quiera que mis piernas siempre serán más largas!

Entre humanos anda el juego

Hace ya unos cuantos años asistía a una de mis primeras clases en la Facultad de Filosofía cuando el profesor de antropología lanzó al auditorio abarratado una frase que pareciera estar destinada exclusivamente a mis oídos, de tanto que me convenció. La susodicha no es otra que la de que «el poder corrompe, el poder absoluto, corrompe absolutamente». Desde entonces he vuelto innumerables veces a ella y hoy, como cerrando una especie de círculo al matricularme en Antropología Social y Cultural, busco en el Google al autor de la misma: Lord Acton. Si no fuera casi la una de la madrugada de un martes quizá me detendría a informarme sobre el mismo, pero a riesgo de pecar de idiota, diré que su nombre me dice tanto como nada, y que nada hago por cambiarlo.
Ahora bien, poco importa, ya que la precisión no entiende de nombres sino de corroboraciones con la experiencia, y la verdad es que la Historia ofrece tantos casos como se quiera sobre su validez. De aquí que sea tan importante el logro de la separación de poderes que tan ampliamente se ve amenazado allá donde existe pusilánime, y que se intente realmente donde sólo existe de nombre.
Pero me pierdo en consideraciones de un peso que yo no perseguía, y es que todo esto tan sólo aspiraba a señalar que quizá el problema de Dios fue precisamente ése, el de poseer un poder tan absoluto que sólo él pudo corromper al mundo de la manera que a diario lo vemos.
Aunque bien visto, trabo esta idea para jugar con ella de puro gusto, pues si no creo en él, difícilmente voy a querer echarle la culpa -ya somos lo autosuficientes como para llevarlo a cabo nosotros mismos

Mañana ya no tengo casa

Venía a hacer una valoración del año berlinés que agoniza hoy para morir mañana, pero me he adelantado a mi mismo en mi “Memoria”, y ahora tengo poco con lo que aburrir.
¿Cómo resumirlo rápidamente? Se me ocurre lo que sigue: si tuviera que revivirlo eternamente, con su dolor, con su agonía, con su miseria, aceptaría encantado. Por mi ya puede comenzar ahora mismo el eterno retorno porque la risas, las vivencias, el bagaje, lo merecen.
Berlín ha muerto, viva Berlín. Esto es un hasta luego, pues no acepto ir más allá.

Berlín

Ahora que tienes fecha de caducidad empiezo a llorarte. Lloro a las paredes y a la lavandería, a la gente y a la Hefe, al puto idioma inaccesible y a sus nubes, al metro y a su historia, a su carril bici y al Niedrig, a su noche y a su brisa, a sus puentes y a sus salchichas, a las frikadeles claro, al suelo que no es y a esta cama medio cómoda, a la impuntualidad (también si) y a los bares donde “cerrado” no existe, a lo que he vivido y a lo que me queda por hacer en ti, al dolor y a la risa que me han convulsionado, a sus ríos y canales, a los amigos que pasaron a los que recibí y a los que aquí quedan, al risueño pastor alemán y a su dueño y a su garaje y a su coche siempre destripado, a la Puerta al Pérgamo al Parque a la Catedral al Comunista y a tanto grande y pequeño monumento, a las pequeñas y grandes resacas, al Sony y a tanta peli que cayó, a los borrachos sin solución, a las visitas turísticas cargadas de caminatas, a las farolas que nunca cesan y a los semáforos con prisas, a Mehringdamm y al energúmeno, a la bicicleta que nos saludó a la llegada y nos despedirá en nuestra marcha, al año que está por cumplirse y a todo lo que olvido en el tintero de mi triste y parca memoria. Ahora que languideces Berlín, la nostalgia se apodera de mí como tú lo has hecho conmigo, con una fuerza brutal, hendiéndome el corazón y grabando a fuego un año inolvidable.

Evidencia cruel

Escribo más en mi «Memoria» que aquí porque esto es accesible a otros, poco probable, ésta es la entera cruda y triste realidad, pero accesible al fin y al cabo. Y si de escribir lágrimas se trata, prefiero ahorrárselas al personal en la medida de lo posible, ya escribí suficiente llanto. Sin embargo, tan pocas son las cosas que marchan bien que la crisis llega a todos los estamentos, y no quedan capas donde refugiarse.
A veces funciono a fogonazos, o tan sólo hay de estos, y parece que esta noche me ha cegado uno sorprendente, y lo es, porque su evidencia no me dejaba verlo en toda su identidad, y ahora ya puedo empezar a ocultar ésta en este grado para no desmoronarme, y quizá así sepa administrarla en cucharaditas diarias de hiel. Sea como fuere, he de decirlo, y hasta lo escribo: no soy feliz. Y esto, que proviene de un misántropo amargado pero feliz durante años, me deja en una posición muy dura, pues ya no tengo ese gran asidero que era mi bonanza dichosa. Ahora tengo todo lo malo que tenía antes, más preocupaciones nuevas, y más infelicidad. O cambio o cambian las cosas, aunque decir que así no se puede seguir contradice esa sentencia del Wilson de House tan terrible que apunta: «Te sorprendería lo que puede soportarse». Es verdad, es sorprendente, y es una mierda. Y eso que ni siquiera vislumbro imaginarme el límite. Puedo seguir así, y esto es una perspectiva aterradora.

Desde el otro lado

¡Paren las máquinas, que respiro!
El otro lado no es sino una resaca a cervezas pedorras.
Estreno junio, a 9, a 3 días de los 26.
Joder, ya 26. Seguimos vivos, que no es poco. No quiero dramatizar, no lo haré. No quiero pensar, no lo hago. Quiero escribir. Y volver. Y volver a volver.
No me queda sino aprender alemán y encontrar un trabajo. Casi nada.
Tengo resaca, y los huevos me llegan hasta el suelo de lo vago que estoy.
Y qué decir de la puta música que está machacando mis oídos desde que me ha levantado ¡Callarla!
¡Callen todos! ¡Que se oiga tu voz! SSSSS Que no te oigan no vaya a ocurrir.
La incoherencia como sistema, vaya coherencia.
Tengo que hacer más a menudo esto, ¿el qué? El ver venir y no vencer, sino dar vueltas, y sentir la estupidez anegando cada poro.
Los ojos están cansados, ¿del mundo? Hoy del espejo, mañana espero que vuelvan a la normalidad: una locura.
Creo que ya has divagado por senderos curvos, estaría bien que ahora dijeras algo coherente. Está bien, escribiré lo mejor que he escrito nunca: