Ya se ha convertido en un lugar común, en una experiencia cotidiana: buscar qué película o serie ver, entre tanta oferta, en ocasiones es un sangrado de ojos. En mi caso de ayer, que si Filmin, que si otra plataforma que no publicitaré, que si mis páginas de pirateo (me da menos vergüenza mencionar esto que a la empresa anterior que omito). Al final, en un desenlace más o menos rápido y, por completo inesperado, terminé eligiendo El tren, de John Frankenheimer, un clásico de acción, bélico a su manera, de 1964.
Sé que es una estupidez y un error, pero incluso las películas que me maravillan me cuesta verlas más de una vez. Supongo que el argumento de base es, hay tanto bueno (y no tan bueno, y entretenido, e incluso malo), que, si ya lo he visto, mejor ponerme algo que no. Supongo que también por esa lógica empecé un Word en 2013, donde apunto título, director, año y mi nota. Al fin y al cabo, si tuviera que fiarme de mi memoria iría apañado. El caso es que la pregunta era obligada, ¿había visto El tren?
La respuesta fue no.
Me sonaba, pero de haber oído hablar sobre ella en Todopoderosos, quizá de haber visto algún remake. Así que la empecé y lo hice sin consultar mi lista. Bendito error. Si lo hubiera hecho, lo más seguro es que hubiera optado por otra volviendo a la rueda de elegir durante minutos interminables.
Y el caso es que ese supuesto remake de mi cabeza tenía un aire demasiado similar a lo que vi en algunas escenas, y, además, enseguida aparecía Burt Lancaster y cómo quería resonar su carisma en mi memoria. Pero cómo no iba a recordar sin género de dudas ese inicio que me dejó atrapado y rendido, donde el coronel nazi y la directora francesa del museo hablan sobre el arte supuestamente degenerado que, el primero ha salvado de los suyos durante la guerra y, ante la derrota inminente y la llegada de los aliados, pretende llevarse a Alemania. Porque ese nazi sabe lo que suponen esos cuadros de Picasso, Matisse, Cézanne, Degas, Renoir, Monet, Manet, Paul Klee o Marc Chagall, porque sabe lo que representan y también, lo que llegarían a costar en dinero contante y sonante. Menudo inicio, joder.
Así que ya estaba atrapado y que la hubiera visto o no pasó a un segundo o tercer plano. Lo importante era qué, a diferencia de lo que se ha hecho tantas veces, los nazis no eran tontos, ridículos, cobardes o desleales entre ellos, lo importante era que los ferroviarios franceses que boicotean los planes alemanes no lo hacen por un orgullo artístico que no pueden tener entre otras cosas, porque en la vida han visto uno de esos cuadros. Lo importante es que estamos ante una película trepidante, de personajes interesantes y grises, que resuelve un guion complicado de ejecutar a través de grandes interpretaciones y detalles para elogiar donde, al final, queda lo que queda: el reflejo de la humanidad.
Y en ese reflejo está lo heroico, el sacrificio, la amistad, la lealtad, pero también el sinsentido, la amargura, la muerte, la crueldad y una idea que, vista con la mirada de hoy en día grita que, por desgracia, el ser humano se sigue matando y odiando por los mismos errores de siempre. Por las mismas mierdas, se podría decir.
La escena final (atención, destripe definitivo) es tan elocuente de lo anterior. Los rehenes que han sido subidos al tren en el último momento fusilados porque sí, porque así es la guerra, el coronel nazi, derrotado por perder de una puñetera vez su apreciada mercancía, que elige quedarse junto a los cuadros en lugar de huir, y Labiche (Burt Lancaster), escuchando de boca del enemigo el discurso final sobre lo que él (un simple inculto cacho de carne) ha hecho, sobre el por qué ha vencido, y sobre que nunca sabrá apreciar el arte. Su respuesta es la que es y cierra el telón de la mejor de las maneras.
Triste humanidad, pienso, que pudiendo ser lo que podría ser, es y hace lo que tuvimos entonces y lo que tenemos ahora: un desastre tras otro.
PD: consulté mi lista y ahí estaba, había visto El tren en 2015 y la había calificado de MB (muy buena). En esta ocasión elevo la nota a OM (obra maestra). Supongo que en estos diez años he perdido esperanza, ganado cinismo y me identifico más con la crudeza que se refleja en la película.








