París no morirá nunca

O pongo la música alta o reviento. Bob Dylan es el elegido. Los que leen con la estupidez entre los dientes ya pueden lanzárseme a la yugular; sí, vengo a hablar de la barbarie y me enfrento a ella de una manera tan blanda.

Mejor, vengo a hablar de lo que me provoca la barbarie y la estupidez humana. Vengo a decir que me gustaría acurrucarme en un rincón y pudrirme allí. Pasar desapercibido hasta el fin de los días, que anhelo lleguen pronto para nuestra especie, porque ver el mundo hace que se acreciente mi misantropía, porque nos lo merecemos tanto a veces.

Si tuviera hijos los abrazaría con todo mi cuerpo y mi espíritu. Cuando vea a mis padres y hermanos y amigos, lo haré. Como lo que tengo a mano son mis libros, me refugiaré en ellos.

Tomo Discurso de la servidumbre voluntaria, del francés Étienne de la Boétie, escrito en el siglo XVI ¡Dicen que con dieciocho años! Tan actual para nuestro lleno de astillas postmodernismo o post-postmodernismo del XXI. ¿Por qué elegimos ser esclavos a Uno (dios, rey, dinero) cuando podríamos ser libres? He ahí la cuestión clave que plantea esta maravillosa obrita que debería ser lectura obligada en los institutos, y que resulta tan reveladora…

¿Y de qué sirve saber? Las mentiras del Corán son tan palpables como las de la Biblia o la Torá, como las del terrorismo de Isis, como las del terrorismo financiero, como la de toda idea que empuja a matar a otro ser humano, aunque con todo el cinismo del que es capaz nuestra especie, te lo prohíba sobe el papel.

Pero ningún dios tiene la culpa. Mi fe laica, mi ateísmo, crece en estos días para afirmar (pido perdón por una seguridad que en el fondo sé que no poseo) que los dioses nacieron como vertebradores de sentido ante nuestra conciencia a la muerte. Ellos son nuestra obra, así que nuestros desastres, por más que sean en su nombre, son nuestros.

Soy europeo y sé que no puedo ir a un fanático integrista musulmán a decirle esto, porque me mataría gustoso y se sentiría regocijado. Pero con mi discurso y mis razones tampoco puedo ir a ningún integrista judío ni cristiano, quienes como mínimo me desearían lo mismo que aquel. Y lo que es peor, tampoco puedo ir a muchos, españoles, europeos, occidentales, porque me dirán que ellos o nosotros, y no querrán saber de causas profundas, de raíces del problema, de generadores de odio. Porque convertirán la etiqueta musulmán en el miedo generalizado a lo diferente. Porque no querrán matices, porque el matiz paraliza el sentimiento de venganza, porque para qué reconocer que la tragedia de París se repite a diario en Siria, en Irak, en Afganistán. Porque cómo vamos a admitir que nuestra sensibilidad para con ellos no es la misma (y viceversa). Porque aunque lo sepamos, qué más da que haya responsabilidad occidental en aquellos desastres lejanos (en parte, pues esa culpa no es ni mucho menos exclusiva, pues esto también es verdad). Porque cómo nos vamos a olvidar de China y de Rusia y…

Y al final la complejidad de las cosas me abruma. Pero el problema no es la complejidad, esta causa angustia y he aprendido a lidiar con ella, el problema es la sangre inocente, y ese derramamiento es lo que me causa el asco hacia lo que somos. Pero también soy consciente, que ese asco es mi privilegio, y me siento sucio por ello. Me puedo permitir el asco porque soy un privilegiado.

Un privilegiado como todos aquellos que como yo lo son, pero que desean más sangre y más dolor, tan privilegiado como los que saben, de uno y otro bando, que la solución es fácil, que basta con acabar con el enemigo. Tan privilegiado como los intelectuales de pacotilla que venden soluciones conscientes o no, de que repercuten en el beneficio de su bolsillo, de su periódico, de su orgullo.

Tan privilegiado como ellos pero no como ellos, porque yo soy un cobarde, porque yo no sé cómo salir de esta complejidad, porque yo me refugiaré en un rincón, en los libros, en un abrazo. Y sin embargo soy consciente de que hay que tomar decisiones, y por ello rezaré a mi manera a todos los dioses en los que no creo, para que de una maldita vez se empiece a acertar con las soluciones, y que el dinero, el odio, la estrechez de miras, no salgan victoriosos en esta guerra eterna que siempre pierden los mismos, la buena gente.


El discurso puede eternizarse en argumentos y contraargumentos pero el sentimiento hay que concretarlo, encarnarlo, para intentar salir del rincón. Porque sí, porque saldré de ese rincón y volveré a mi vida normal pues una vez más, como probablemente tú, soy un privilegiado, que desde mi humilde posición en el mundo, he escrito esto para todos aquellos que en tantas fechas fatídicas, dejan de ser, sin ninguna culpa, privilegiados.

40

Uno va por ahí devanándose los sesos por saber a quién coño debe disparar para arreglar todo esto. Pero qué difícil resulta el asunto.
Vayamos al principio, que ni quiero jugar al despiste, ni al plagio. Todo lo que voy aquí a contar, está inspirado, o sacado literalmente, de John Steinbeck y sus, “Uvas de la ira”.
En su capítulo V nos encontramos con dos de sus personajes secundarios que plantean el problema de su tiempo, del nuestro, y prácticamente de todos. Y es que hay libros que escritos ayer, son para hoy, son para siempre: algunos los llaman clásicos, a mí el nombre me da igual, yo me conformo con leerlos, con disfrutarlos. Pero volvamos al problema, que no es otro que el de la disolución de la responsabilidad. Déjenme adentrarme un tanto para quien no conozca la obra, o no la recuerde.
Los protagonistas del libro son quizá la familia Joad, pero también lo son los cientos de miles (parece ser que más de un cuarto de millón) de agricultores y hombres de campo estadounidenses que en los años 30 se ven obligados a abandonar lo que fueran sus tierras en Texas y Oklahoma, al no poder competir con las deudas de los bancos ni con la técnica de los tractores, pues donde surge la eficacia de un tractor ya no comen diez familias. El dinero se une así a la eficiencia y se dispara un margen de beneficios contra el que el trabajador de toda la vida poco puede hacer. El caso es que no saben muy bien cómo ha ocurrido, pero sin entender el procedimiento miles y miles de personas se encuentran en la carretera cargados con la familia y con lo poco que pueden transportar en busca de la tierra prometida, en este caso California, en éste también falsa, como todas. Y además, ya saben, donde hay debilidad, los buitres se crecen. Si lo que les digo les suena a algo, sepan que si la leen no pararán de decir: ¡joder, igual que ahora! Y se encabronarán, se lo aseguro.
Pues bien, no todos deciden emigrar a la tierra de promisión (perdónenme esta licencia, pero siempre quise escribir este palabra –con el tiempo te conformas con los placeres más raros), al menos uno, el granjero Muley, decide anclarse al tiempo y vive como un proscrito, entre las tierras que ya no son suyas, cazando y viviendo de lo que encuentra, y escondiéndose, siempre escondiéndose. Pero antes de llegar a ese estado, intentó solucionar a su manera el problema, y este intento nos lleva de nuevo al principio, veámoslo con detenimiento.
Muley se encuentra con el tractorista de turno que ha allanado lo que fueran sus tierras, que ha echado a todas las familias que vivían en esa zona, y que resulta que es hijo de un granjero conocido. Muley se detiene frente al tractor, y con el rifle y el corazón y las entrañas y la lengua, le dice que debería matarle, y que lo que más le molesta es que encima se trate del hijo de un granjero, de un buen hombre.
El tractorista no se inmuta demasiado, y su respuesta es doble. En cuanto a su ascendencia y supuesto sentido de pertenencia contestará que él debe preocuparse por su familia, que le pagan bien, y que no se puede permitir pensar en la comunidad. En cuanto a su posible muerte a manos de Muley, resulta tan convincente como desolador.
Resulta que el tractorista contesta con toda la tranquilidad del mundo a Muley, que si quiere matarle adelante, pero que no se lo recomienda, pues después de todo, en 24 horas, otro en su lugar ocupará la máquina, mientras que tú, Muley,  irás camino de la horca. El granjero se convence y pregunta que entonces a quién, y el tractorista le devuelve que la cosa no resulta nada fácil. Y es que después de todo, podría ir a por quien dio las órdenes de echarles, a por el arrendador, pero resulta que el banco le dijo a éste, o quitas de en medio a esa gente, o te quedas sin empleo. Y se podría ir a por los directivos del banco pero entonces parece que estos también recibieron órdenes, del gobierno nada menos. Y claro, allí se actúa por el bien común, y… “pero, ¿hasta dónde llega? ¿A quién le podemos disparar? A este paso me muero antes de poder matar al que me está matando a mí de hambre”. Y el tractorista le contesta con ignorancia, que él no lo tiene tampoco nada claro, y termina con, “puede que la propiedad tenga la culpa”. Menos mal que al menos no dijo, puede que la crisis tenga la culpa, porque entonces hubiera sido un profeta, no un tractorista.
Pero Muley sabe algo que es muy importante, y que tira por tierra toda la santificada explicación del tractorista, toda esa bagatela que le han contado y que exculpa a los culpables. Y es que, todo el artificioso proceso del limpiarse las manos tal vez esconda las responsabilidades, pero no las anula. Y es que: “Tiene que haber un modo de poner fin a todo esto. No es como una tormenta o un terremoto. Esto es algo malo hecho por los hombres, y te juro que eso es algo que podemos cambiar”. Y Muley se pone a reflexionar, y por supuesto, no encuentra una respuesta adecuada, o al menos una que puede poner en práctica. Pero que él no lo consiga no significa que otros no puedan, y Steinbeck da en sus páginas toda una lección de resistencia ante la adversidad creciente, pero eso quizá exigiría otro episodio, o mejor, les invitaría a su lectura.
Eso sí, antes de irme, un consejo, a estas alturas de las cosas, nunca, nunca, nunca, dispares para acabar con el problema. No porque no se lo merezca quien hayas elegido, tal vez sí, sino porque la bala te morderá a ti, de formas que ni puedes imaginar.

Canal Cero

Una de las grandezas y al mismo tiempo una de las miserias que nos constituye como especie, es la capacidad que tenemos para fascinarnos, y no sólo con los grandes misterios del universo, o con los menores, o con pequeñeces terrenales o absurdos humanos, sino también con lo fútil y vacuo, pues también somos capaces de apasionarnos con aquello que no nos aportará nada.

Para acabar prendado por cualquier cosa, apenas necesitas de algo más que tiempo. Cuanto más tiempo le dedicas a una cosa, a la que sea, más importante te parecerá y más atracción sentirás por ella. Así tiende a dar igual que se trate de literatura, de estrellas, o de televisión. Objetiva, potencial y tristemente, engancha tanto leer a Cervantes como ver al friki de turno y de moda.

Una sociedad que no aprecia el esfuerzo, no invertirá sus horas en aquello que apasiona pero que cuesta. Y es que una sociedad que no aprecia el esfuerzo, malgastará su tiempo en aquello que no cuesta esfuerzo, aunque probablemente sí dinero. Por tanto, una sociedad como la nuestra, que como habrán adivinado es de las que no aprecia el esfuerzo, está montada a lomos de un tiempo que cabalga sobre grados indecentes de bazofia.

Cómo no comprender ahora que la normalidad –que no es otra cosa que el mayor número de casos de algo-, arroje y produzca a ciudadanos medios que en circunstancias medias sabrán todo del friki, y nada del genio. Es más, el gasto de su tiempo hará que necesiten saber del primero, y reírse del segundo.

Todo lo anterior podría no parecer problemático si usamos las varas de medir que se usan en nuestra sociedad, como por ejemplo la del dinero o la del éxito: lo importante no es ser médico o crápula (hoy día hay muchos adeptos de esta profesión), lo importante es que seas lo que seas, debes tener los bolsillos llenos. Pero quiero ir más allá y enfrentarme a otra vara, predilecta de los gurús que llenan las pantallas, y que reza lo siguiente: lo importante es ser feliz, ¿y si lo somos mirando una pantalla para qué necesitamos enfrascarnos en batallas mayores?

Reconozco que la respuesta que daré quizá sea demasiado subjetiva, pero me sirve para romper sus varas, y no es otra que el poso. Enfrascarnos en batallas mayores deja un poso mayor. No es lo mismo leer “Guerra y paz”, que ver un partido de fútbol, no es lo mismo ver “Ciudadano Kane”, que leer prensa rosa, no es lo mismo comprender la teoría de la relatividad, que atender al último modelito de la reina. Como dije, quizá estemos ante algo subjetivo, pero los que hemos probado de los dos lados, sabemos que el poso que deja uno y otro, nos hace identificar lo que vale la pena y lo que no, nos hace saber cuando estamos perdiendo el tiempo y cuando no.

En cualquier caso el problema no es la subjetividad, sino la objetividad. El problema es que esta sociedad nuestra, trata a la mayoría de sus ciudadanos como idiotas, dándoles un tiempo idiotizado y banal, que produce así banalidad e idiotización. El problema es que se está sembrando una sociedad estéril que recoge y recogerá su fruto en personas con forma de cáscara vacía.

Y termino con brevedad: el círculo es vicioso, y continuará imparable. Pero hay que decir que hay responsables, y que hay que señalarles con el dedo. Y por supuesto, que hay que ofrecer alternativas. Hay que ofrecer otro tiempo, hay que ofrecer otro ocio, hay que revalorizar el esfuerzo.

En todo caso Jesús creó a Dios

A pesar de ser ateo y de deambular por el siglo XXI, dios me preocupa, me obsesiona casi. ¿Puede interesarte algo en lo que no crees? Por supuesto, y por muchos motivos, en lo que nos ocupa, las razones más bien sobran, conoce la idea de dios y conocerás culturas, tradiciones, verdades, engaños, excesos, arte, contradicciones y un largo etcétera. Pero no seré tan ambicioso como para tratar lo dicho, sino que me ceñiré a este punto: dios no pudo crear al hombre, en todo caso, Jesús creó a Dios, como Mahoma, y como tantos otros rostros desconocidos que sin embargo levantaron panteones.

Hace ya más de una década que un profesor me marcó a fuego la idea de que dios no necesita a los hombres pero que nosotros sí necesitamos de él. He aquí el mejor argumento de la “existencia” de dios –que no su prueba-: la necesidad de Sentido, que explica la aparición de todos los dioses, del primero al último. Pero puestos a plantear la posibilidad de su existencia real vengo a quedarme con una hipótesis que aunque absurda, me parece más plausible que una imposible. Vayamos con ellas.

La hipótesis imposible reza que dios creó al hombre a su imagen y semejanza y está bautizada en un sentido amplio como antropomorfismo. Pocas cosas hay que rechace con más fuerza (lo reconozco, con la fuerza de un intelecto bastante normalito y limitado, por lo que asumo que mi opinión puede ser errónea, por lo que recomiendo que no se monte una religión en torno a mí), y es que me causa mucha gracia, pensar por ejemplo en un dios con el atributo tan poco occidental de la paciencia, esperando ámbar en mano, o lo que tomen ahora los dioses, mientras la Tierra se madura para que las sucesivas extinciones conviertan a los mamíferos en especies propicias que heredarán la Tierra, con especial mención a uno de ellos que seguirá evolucionando hasta comprender que fuimos creados no por el azar y millones de años, sino por un ser inteligente y superior. Y nótese que aquí asumo que los defensores de dios a los que me refiero asumen algo como la evolución y esas cosillas, y que luego le añaden la idea del antropomorfismo. A estos no les voy a convencer, pero es que con los otros, creacionistas, fundamentalistas, reaccionarios, o beatos, ni siquiera podría discutir de ello por mucho que Habermas se empeñe. En fin, mucha tinta podría correr para rechazar el antropomorfismo, pero me quedo con aquella apreciación griega, que tontos no eran precisamente, por la que apuntaban que si los caballos supieran pintar, pintarían a sus dioses con forma de caballo. No se puede ser más escueto, convincente y tajante, y yo añadí ya mucho más de la cuenta para decir que tendemos a humanizar lo que no lo es, o lo que no existe, y que es un proceso natural, propio del ser humano, y que sin embargo hay que saber reconocer para sacarle su provecho (por ejemplo en el campo del arte) y para evitar sus engaños.

Y tras el anterior paseo por una hipótesis que califiqué de imposible, vamos a por la que llamo absurda, pero plausible comparada con la otra, y que hasta donde yo sé es mía, y que me granjeará comentarios de, “este tío está como una chota”. No tiene mucho misterio a estas alturas porque ya la mencioné dos veces y con ésta tres: puestos a creer en creaciones, creo más bien que Jesús creó al padre y al espíritu santo, y etc., etc., etc., con el resto de las aportaciones divinas. Y que conste que siguiendo esta teoría en la que yo no creo pero que me resulta interesante como dije por ser mía, no hablamos sólo de fundar una religión, sino de que esa religión fundada, tiene un dios o unos diosecillos correteando por algún lugar más o menos tangible de la Tierra o el espacio.

Lo apuntado anteriormente es lo interesante de la absurdez plausible: al fundar una religión no sólo conseguían inventar un nuevo génesis, unos nuevos horizontes y unos destinos cargados de Sentido, sino que lo creaban. De acuerdo con esto, Dios quizá no sea omnipotente, puesto que de un talento finito y limitado, no puede salir nada perfecto y todopoderoso, pero quizá sea. Quizá sea una mancha colgada en las estrellas que se infla más, cuanta más gente crea en ella, y quizá esa mancha se deshaga y desaparezca, al igual que nosotros, los replicantes, y todo lo que existe, como lágrimas en la lluvia, cuando la gente le dé la espalda. Por tanto, cuanta más gente crea más brillará esa mancha, y cuanta más fuerza haya en esa mancha, más poder para ella.

Hablé de creencia y fuerza, pero no tengo problemas en hablar de fanatismo e intolerancia. Lo curioso del asunto, (aunque “curioso” quizá no sea la palabra), es que esto provocaría una especie de doble lucha histórica, la que todos conocemos a ras de tierra con sus terribles devenires, y otra en las alturas o allá donde se vayan estas creaciones; una interesante teomaquia que por ejemplo en el último siglo estaría ganando la religión islámica, con una mancha (no tengo una palabra mejor para definir una hipótesis tan improbable) que gana fuerza y adeptos, frente a la mancha occidental, debilitada por la escasez de culto y la aparición de pequeños competidores en forma de sectas de todo tipo.

¿Puedo aportar acaso la más mínima prueba del desvarío que digo? No, o al menos una prueba seria, no. Y que conste que lo digo esbozando una sonrisa porque siento que me pone a la altura de las religiones, que tampoco es que aporten mucho. Pero sí quisiera añadir algo más, no una prueba pero sí quizá un indicio: respeto profundamente a los místicos.

Utilizo la palabra “místico” en sentido amplio y con el siguiente rasgo definitorio: probidad y genio. Evidentemente son muchos los que comparten tales cualidades sin ser místicos, pero los místicos de los que hablo deberían tener esos rasgos para que “funcionen”. Así, Jesús, Mahoma, Buda, Zoroastro, Santa Teresa de Jesús, y algún otro de los que he oído hablar y muchísimos de los que no, serían místicos en el sentido amplio que quiero dar. Y los cantamañanas de turno al estilo del fundador de la cienciología, no entrarían en mi selecta clasificación. A lo que iba, respeto profundamente a los místicos, y está demostrado que en cierto sentido somos capaces de proyectar fuera de nosotros lo que tenemos dentro. Acaso no podrían esos místicos poner una especie de semilla (sí, semen y óvulos en sentido más literal) que generara el embrión de los dioses, o que los reforzaran con fuerza, dándoles lustre y brillo. ¿Acaso una proyección-mancha del dios cristiano no podría cobrar un nuevo ímpetu en su seno tras Santa Teresa o San Juan de la Cruz?

Llego al final de un camino que queda abierto, y pienso que probablemente es muy difícil ser más blasfemo en tan pocas líneas como lo he sido yo. Pero sólo juego con una hipótesis y el pensamiento, y si eso es ser blasfemo para muchos, que lo es, qué le vamos a hacer. Si alguien se ha sentido ofendido, lo siento porque no lo conozco y no me gusta disgustar a discreción, pero ni me arrepiento ni lo comparto, puesto que yo podría escuchar a sus dioses con gusto, siempre que no atenten contra la libertad y el respeto de los seres humanos que probablemente dirá defender, y porque dios y sus múltiples formas, en las que por última vez apunto en estas líneas que no creo, estarán con nosotros hasta que nosotros lo estemos: es una idea que vino para quedarse, puesto que da Sentido, que es lo que más nos falta y lo que como especie no seremos nunca capaces de asumir, tan sólo, y gracias, como individuos. Y lo que me pregunto es si mi desvarío y las múltiples líneas que he dejado abiertas, será recogida con sorna por alguna mancha divina, incipiente, asentada, o agonizante, o más bien quedarán perdidas en la nada.

Aranjuez, 15.12.09

Cuando la verdad es un tabú

No creo que España sea diferente, puesto que todos los países me parecen igual de estúpidos, compuestos como están por ese animal tan idiota que es el hombre. Sin embargo, hay noticias patrias que parecen rayar la “particularidad hispánica”. Veamos una reciente: el circo de Rajoy con su desfile coñazo.
Como en otras ocasiones, nuestros políticos muestran lo que son y piensan verdaderamente, cuando no están ante las cámaras, pero sí, cogidos en descuido, ante aviesos micrófonos. Y cuando esto ocurre, unos, beneficiarios del desliz, afilan las uñas, y otros, auto-agraviados, se lamen heridas. Pero aquí parece que lo histriónico alcanza cotas pocas veces vista, pues en la supuesta falta de uñas podemos percibir la hipocresía vestida de seda.
Resulta que el señor Rajoy, cuando cree no tener la lengua atada a su discurso de galería, suelta, lo que a mi entender, es de lo más sabio que ha dicho este tipo en su vida, que el desfile de las fuerzas armadas es un coñazo. Y se monta un revuelo en el que nadie parece decirle, “muy bien dicho señor mío”. ¿Y por qué no? Porque nuestros políticos son los seres acartonados que representan una sociedad de la misma condición: Rajoy no puede pensar eso, puesto que no es su papel; ¡es de derechas, su corazón debe de hincharse de orgullo ante el más grande de los himnos y cuánto no ante el desfile de nuestras valerosas tropas, con cabra y aviones a la par, protagonistas!
Además, tenemos el papel de ese rojo cejudo que es la personificación del mal, que si pudiera, lanzaría la cabra (este año al parecer carnero) desde nuestros flamantes aviones destructores de ejes malignos, para hacerla estrellar contra los bienaventurados norteamericanos.
Pero resulta que tanto tópico con patas salta por los aires por un simple coño, o coñazo (aunque bien mirado así funciona a menudo la historia). Y lo mejor de todo es que nadie dice, porque no lo ha dicho el representante adecuado, que sus palabras, al margen de ser de barbas o de cejas, son o pueden resultar, ciertas. Porque veamos, ¿de qué estamos hablando? No es que precisamente lo haya seguido alguna vez con devoción y a lo mejor me equivoco, pero si digo que se trata de estar sentado dos o tres horas viendo desfilar a gente gris y verde, a pasos aburridos, con marchas militares que no suelen ser la alegría de la fiesta, con aviones descoyuntadores de cuellos, y con una cabra final, no hierro mucho. Y aunque lo haga, aunque se trate de una fiesta nacional en la que se rinde homenaje a los hombres y mujeres de España que están dispuestos a defender su país con su vida y con un armamento que es imprescindible para hacernos respetar en un mundo plagado de enemigos. Y aunque aún haya una tercera, cuarta o enésima vía de motivos de esa celebración, ¿no es razonable pensar que a muchos no nos guste tal espectáculo, al margen de su sentido, al margen de su supuesta emotividad, y al margen de las ideas que nos circundan?
Pero no, la máquina debe continuar, ¡que no pare la pantomima! Que muchos supuestos izquierdistas se rasguen las vestiduras por tal oprobio contra el país. ¡Pero por dios, cuántas veces no habéis querido decir lo mismo! Mientras, desde el gobierno la campaña de marqueting parece indicar: “lamamos también nosotros la herida, pues nada les escocerá más”, y así sale la ministra “chaconiana” ¿¡disculpándole!? Por su parte la derecha y en su papel, ora quita hierro al asunto, ora recuerda verdaderas vejaciones a tan sagrado día, como aquél en el que el infausto presidente decidió mancillar el honor de cada español al quedarse anclado en su butaca al pasar la nación norteamericana.
¡Idos todos al cuerno! El desfile es un coñazo para mí, para Rajoy –por mucho que maquille ahora-, y para millones de españoles. Y ojo, al que le guste, felicidades y a disfrutarlo, pero lo patético es que parezca pecado decir que no, que no me siento identificado como español en tan aburrido y anquilosado pasacalles. Y como a mí me gusta pecar, pues cargaré con esa conciencia, ¡uy que miedo! Y quien tenga que guardar las formas que lo haga, y una vez más darán muestras por uno y otro lado del síntoma: si son los “bipolitizados”, que su estrechez de miras raya lo esperpéntico en una profunda incapacidad para analizar la realidad en su complejidad. Y si son los “politizadores”, que su preocupación por conservar el sillón les lleva a atar sus lenguas al compás del guión prefigurado, y que cuando se suelta, dejan escapar aparentes anécdotas que sin embargo dejan patente (aunque esto lo hagan día tras día con chascarrillos o con cosas más serias que chascar) la mierda que sus bocas lastran.
Guadalajara a 13.10.08

Entre humanos anda el juego

Hace ya unos cuantos años asistía a una de mis primeras clases en la Facultad de Filosofía cuando el profesor de antropología lanzó al auditorio abarratado una frase que pareciera estar destinada exclusivamente a mis oídos, de tanto que me convenció. La susodicha no es otra que la de que «el poder corrompe, el poder absoluto, corrompe absolutamente». Desde entonces he vuelto innumerables veces a ella y hoy, como cerrando una especie de círculo al matricularme en Antropología Social y Cultural, busco en el Google al autor de la misma: Lord Acton. Si no fuera casi la una de la madrugada de un martes quizá me detendría a informarme sobre el mismo, pero a riesgo de pecar de idiota, diré que su nombre me dice tanto como nada, y que nada hago por cambiarlo.
Ahora bien, poco importa, ya que la precisión no entiende de nombres sino de corroboraciones con la experiencia, y la verdad es que la Historia ofrece tantos casos como se quiera sobre su validez. De aquí que sea tan importante el logro de la separación de poderes que tan ampliamente se ve amenazado allá donde existe pusilánime, y que se intente realmente donde sólo existe de nombre.
Pero me pierdo en consideraciones de un peso que yo no perseguía, y es que todo esto tan sólo aspiraba a señalar que quizá el problema de Dios fue precisamente ése, el de poseer un poder tan absoluto que sólo él pudo corromper al mundo de la manera que a diario lo vemos.
Aunque bien visto, trabo esta idea para jugar con ella de puro gusto, pues si no creo en él, difícilmente voy a querer echarle la culpa -ya somos lo autosuficientes como para llevarlo a cabo nosotros mismos

De Los Simpson a mi cabeza

Dos al menos son las frases que para mí y por sí solas justifican ver Los Simpson, la película. Ninguna creo que la reproduzca tal cual, excusen mi memoria.

La primera me sabe a gloria, a una gloria de risa y reflexión, la dice Homer, y es algo, si no lo es, parecido a esto: «¿Por qué siempre me abandona todo lo que azoto?». No tengo dudas, a su creador primero le tuvo que llegar la idea y después reconstruyó la escena, toda ella era un pretexto para cuadrar el ingenio. Lo mejor sin embargo, viene después, cuando descontextualizo y apropio, cuando reflexiono y recuerdo a La Boétie y su «Sobre la servidumbre voluntaria». Y es que el hombre a menudo es contrario a esos perros que muerden a Homer: nos dan palos y nos terminan doblando la cerviz, la libertad es un concepto al que doramos la píldora pero cuando nos la meten por el culo nos vencen, nos ponen las cadenas y nos acostumbramos a ellas. Este autor francés recurrió a los ejemplos clásicos para salvar la censura, yo recurro a él para salvar mi pereza de exponer el día a día. Somos muchos, y como sabiamente dice mi madre, «Hay gente para todo». Hay por tanto verdaderos apasionados contra los grilletes, pero ni son tantos como se cree, ni lo son a menudo quienes se tienen por tal.
Hoy, por fortuna (para los que vivimos bien y en el sitio adecuado), gozamos de esclavitudes placenteras de las que nos resultaría difícil escapar, de las que no sabríamos escapar. Quizá ahora seamos los esclavos más libres que han existido en la Historia de la humanidad, y si no fuera por la perversión del sistema y la podredumbre inextirpable que nos compone, podríamos albergar un mundo donde la mayoría se terminara convirtiendo en eso. Y ciertamente no sería lo peor. Y ciertamente a los millones de esclavos pobres les gustaría nuestra condición. Veo tantas consecuencias de lo que digo, que me abrumo y retorno.
La segunda la dice el vendedor de cómics -he buscado su nombre pero no lo he encontrado, y reza más o menos: «Ahora que voy a morir, me doy cuenta de que he pasado toda mi vida coleccionando cómics, y sólo puedo decir: ¡qué vida más plena!» Esta frase la imprimiría en todas las puertas de entrada a los distintos Problemas anónimos. Tal vez me exceda de frivolidad, pero él sólo con esa frase podría vencer dialécticamente a cualquier Sartre o Gandalf -y que conste que yo soy muy pro Sartre y muy pro Gandalf. Ellos aconsejan que la vida tiene el sentido que tú le das, pero me temo que aspiran a uno muy elevado: salvar el mundo o conocerlo hasta límites dolorosos. Sin embargo, el vendedor se iba a ir a la tumba plenamente satisfecho, y esa última sensación -por lo menos para alguien que no aspira para después sino a los gusanos- puede arreglar cualquier desaguisado. Morir contento vale todos los tesoros del mundo.
Que maravillosa justificación que encontré para mis numerosas horas frente al ordenador y sus juegos, o frente al consumir el tiempo perezoso como yo sólo. Pues luego de pensar en la frase, las horas de vicio me supieron mejor, ¡qué gratos momentos! Tan sólo lamento haber sido alcanzado hace ya mucho por ese aguijón sartriano que me envenena con la exigencia de algo más. Así, me toca penar con contradicciones ociosas que se revuelven en círculos viciosos. Mas quien sabe si aprender a disfrutar de las contradicciones no sea ese juego que he buscado toda mi vida: un ocio útil, imaginativo, profundo y con poso.

Teniendo un espasmo

Hay pocas cosas más deliciosas que el baile final entre Zorba (Anthony Quinn) y Basil (Alan Bates) en “Zorba el griego”, o que el Sísifo de Camus cuando contempla victorioso como rueda su piedra hacia abajo sin esfuerzo, o nosotros, cada vez que nos insuflamos misteriosamente de un valor capaz de vencer a los elementos. Desgraciadamente ese deleite dura poco, y aquellos se desextasiarán enseguida con su ruina acechante, Sísifo volverá a su piedra preñada de sudor eterno, y nosotros nos veremos una vez más atrapados e inermes como moscas en la tela de araña de la rutina.
Dura poco digo, y digo bien, pero no lo valoro con exactitud. En esa escasez está la clave del libar ámbar divino y no mero placer terrenal.
Todos lo sabemos, o deberíamos, si esos momentos se repitieran en demasía, dejarían de ser esos momentos. Somos un mecanismo semejante a un reloj, y nos construimos sobre una base de repeticiones como éste sobre sus segundos. Pero por fortuna el Azar quiso que se nos dotara de la capacidad de sacudirnos espasmódica y catárticamente hasta conocer las heces de la libertad.
Soy mosca, cierto, pero a veces miro a mis Arañas a los ojos y me río de ellas mientras me devoran.

Itinerario Existencialista

Historia de un olvido que toca sacar del cajón:
A continuación os toparéis con el primer y único trabajo original (lo que no quiere decir que sea bueno, ni siquiera novedoso, sino tan sólo que no está guiado o resulta obligatorio para tal o cual asignatura) del que he sido capaz hasta la fecha.
Tras decidirme a incluirlo en el blog, consideré conveniente no presentar el mazacote en su totalidad, quitando así la carta a Reincidentes, modificando la presentación -pues resulta ridículo hablar de «libreto-CD» cuando nunca ha existido éste-, y mejorar algunas frases y contenidos del trabajo una vez conozco algo mejor la obra de Sartre y Camus. Sin embargo, quizá por el ánimo que me embarga, el de un sábado que apesta a domingo cargado de malos augurios, quizá por cierto orgullo, no tengo nada de lo que arrepentirme y si no recibí lo único que no quería, el silencio, allá ellos (quien sabe si no tenía que haber seguido intentándolo), quizá por la estética literaria de no modificar algo ya acabado, o quizá por simple pereza, el caso es que al final nada toco, sino acaso el añadir este triste lloriqueo, y el poner la carta a Reincidentes al final.
Por último decir que me hubiera gustado poner las canciones según corresponden, pero si se puede hacer, desconozco como, así que me conformo con poner el nombre del grupo, de la canción y del disco. Nada más, que lo disfruten, o no.

CANCIONES Y EXISTENCIALISMO: MANERAS DE SOBREVIVIR

PRESENTACIÓN:

Es posible que aquellos que hayáis tenido la ocurrencia de haceros con este singular Libreto-CD, os estéis preguntando qué coño es lo que tenéis entre las manos; he aquí una posible respuesta:

Estáis ante un intento de mostrar cómo cierta filosofía y cierta música pueden estar entrelazadas en los caminos peligrosos, dulces, jodidos y bellos, por los que todos tenemos que pasar. Tal intento presentará dos partes, una objetivamente buena, las canciones, y otra, que está por ver, mi parte, el existencialismo que defiendo. ¿Y qué es lo que puede establecer la relación entre ambas? Algo que ya queda expresado en el título; son dos maneras más o menos sanas de sobrevivir a, y en este mundo, aunque sólo sea por un fugaz periodo de tiempo.

Sin embargo la conexión no sólo se establece en el objeto, la supervivencia, sino también –y aquí están las relaciones más interesantes- en el modo de la misma. Y es que en mi opinión, los temas que este disco recoge mantienen vivas las ideas de aquella corriente filosófica llamada existencialismo que hoy está prácticamente muerto. Qué sea éste es algo que se irá desglosando canción a canción, sin ánimo de completitud (en todo caso al contrario, como una modesta introducción), ni de academicismo (nada más lejos de mi intención), pero sí con cierto interés por la rigurosidad, hasta trazar un itinerario existencialista con la ayuda inestimable de unos magníficos temas que no por tratar ideas de esta corriente pasarán a formar parte de la misma, pero que a mí me bastará para iniciar este camino de travesía incierta.

ITINERARIO EXISTENCIALISTA

1. Ismael Serrano: “Papá cuéntame otra vez” [Principio de incertidumbre]

El existencialismo será la corriente filosófica que hundiendo sus raíces en el siglo XIX (Kierkegaard), y engordando saludablemente durante los primeros decenios del XX (gracias a Unamuno o a Heidegger entre otros), vendrá a eclosionar, con una fuerza pocas veces vista antes en filosofía, en la segunda mitad de ese amargo y variado siglo que cada día nos queda más lejano. Una fuerza filosófica y social que fue de más a menos hasta lograr su práctica extinción. Pero antes de ese momento, antes de este ahora, fueron días de “vino y rosas”, al menos para algunas cosas, y sin olvidar, por supuesto, enormes dosis de bilis. Y lo fueron probablemente porque el devenir histórico fundido en la fuerza inexorable del azar forjó personajes como Sartre o Camus, tipos que todavía hoy, son capaces de respirar en líneas como éstas, aunque sea de forma forzada y burda gracias a un servidor.

Cual fueran las propuestas más o menos concretas del existencialismo y sus autores, es algo que tendrá que esperar todavía unos pasos, pues en éste quisiera sobre todo hablar de su ocaso, de su derrota.

Si recordáis, aquellas convulsas primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX, fueron tiempos de una encrucijada entre dos mundos; el malo y el peor. Tiempos de un capitalismo salvaje por un lado, y por otro de un comunismo histórico digno de lo peor de nuestra especie (y no es por falta de cosas indignas). Por si fuera poco, los posos de la Terrible Guerra tras la Gran Guerra aún quedaban recientes, aún dolían, todavía no habían cerrado las carnes. Así las cosas, tanta mierda y amargura combinaban perfecta y desesperadamente para que algunas conciencias buscasen soluciones más o menos nuevas a problemas siempre eternos.

Será aquí donde entra a escena esa corriente filosófica bautizada como existencialismo, portadora de un mensaje lúcido y brillante, que sin embargo, o precisamente por ello, iba de la mano de la mayor de las durezas. ¿En qué consistió esa dura lucidez? Pues no en otra cosa que en apelar a la idea de hombres y mujeres absolutamente libres y absolutamente responsables, con la nada como premio y el absurdo como motor. Como es lógico, y entre otras razones, este modo de pensar estaba destinado a derrumbarse, y así lo hizo. Digamos que por los ochenta ya había pasado la fiebre, pronto los últimos resquicios de esta extraña moda, y ya a mediados de los noventa, apenas si quedaba el humo como recuerdo.

Pero como canta Ismael Serrano a su padre, con y a pesar de todo lo malo, fueron tiempos bonitos. Y lo fueron porque se intentó que lo fueran, y precisamente se intentó porque existió un Sartre, y un Che, y un Mayo Francés, y una plaza de Tiananmen, y sus errores y sus horrores. Y tras todo ello, aunque duela reconocerlo, quedó el fracaso, quedó hoy. Quizá porque se persiguieron titanes y nos convertimos en sombras, quizá porque ganaron las pesadillas aunque se fueran otras, quizá…, dejemos los quizás, lo que cuenta es el resultado.

Entonces, ¿al final dio todo igual? Sí y no. Sí porque efectivamente las hostias siguen cayendo. Y no porque si la muerte es el olvido y el no haber aprendido nada, entonces aún quedan leves transpiraciones. Así las cosas, todavía se pueden sacudir las telarañas; esta música lo intenta, y este trabajo…, bueno, al menos lo quisiera dentro de sus posibilidades.

2. Los Suaves: “Parece que aún fue ayer” [¿Hay alguien ahí?]

El existencialismo ateo que aquí se defiende[2] parte de un momento de ruptura, ése en el que se asume la pérdida de toda fe, comenzando a extraerse las tremendas consecuencias de ello. Es el retomar el mensaje nietzscheano de que “Dios ha muerto” y de que no hay nada que pueda sustituirlo; ni el Estado, ni un Imbécil megalómano, ni la Ciencia, ni tan siquiera el mayor de los genios que quepa imaginar. Es el asumir la condena a la inmanencia (a menudo tan pueril), esto es, a una vida fugaz, penosa en tantas ocasiones, y gobernada por azares que no podemos controlar. Y lo que por supuesto es mucho peor, es interiorizar la condena eterna de que no habrá castigos pero tampoco recompensas en ningún “más allá” (he aquí por tanto la trascendencia que de cualquier tipo se niega en este existencialismo).

¿Qué nos queda entonces? El más acá. Ahora bien, éste se descubre como un fraude, sin aquél, sin un “más allá recompensa”, nuestro aquí y ahora carece de sentido: bienvenidos a la angustia existencial, la nausea nos invade.

Es así como siendo imposible hundirse más cobra sentido el brutal Camus: “La pregunta del siglo XX [extensible al nuestro] es la pregunta por el suicidio”. Resulta curioso pensar que nosotros ahora somos como los condenados del infierno de Dante, aquéllos que al atravesar el portón de su castigo eterno podían leer: “Los que van a entrar que abandonen toda esperanza.”

Pues bien, como dos gotas de agua reflejadas encuentro aquí a Los Suaves y al existencialismo. “La esperanza ya se fue”, cómo negar que en este tema se habla de ese momento de crisis y ruptura biográfica, sin marcha atrás ni escape a partir del cual ya no queda ningún sitio donde huir. “Pena le damos a la pena”, y no nos queda sino añorar de vez en cuando aquella época dorada donde en unos casos la inocencia y en otros la ignorancia nos acunaba.

“Qué triste un final sin fe”, es cierto, cruel y terrible. Pero se puede vivir sin fe y hasta sin esperanza, y es más, con esfuerzo, podemos responder como hiciera Camus: no, el suicidio no es la solución.

3. Antonio Vega: “Lucha de gigantes”

El camino recorrido hasta ahora es corto, pero en ningún caso fácil, las llagas ya están aquí y esto acaba de comenzar. Sigamos por tanto y seamos consecuentes con el tipo de existencialismo que defiendo. Tal como están las cosas, siendo éstas el rechazo de todo consuelo metafísico o religioso, toca enfrentarnos nada más y nada menos que a la “enormidad” o al infinito, y toca hacerlo –he aquí el problema- desde nuestra insignificante finitud. Como cabe imaginar, el miedo es lógico y la lucha es de enanos contra el Gigante, pero claro, aquí los davides ni tan siquiera portamos hondas y ni mucho menos nos convertiremos en reyes.

¿Por qué hablamos de lucha ante un combate tan desigual, no sería mejor hablar de masacre? Es posible, pero en cualquier caso, desde que el hombre es hombre, un principio de vida nos anima, y mientras duramos y aguantamos, y mientras no nos rendimos o nos rindan, no paramos de arrebatarle a la muerte su victoria segura.

La muerte por supuesto que llegará para fundirnos con la nada, pero hasta entonces la pesadilla final o la tranquilidad absoluta puede esperar, siendo el tramo que nos ha tocado, el lugar en el que debemos agotarnos y darlo todo, aunque sea sólo porque no hay otro.

Será así como junto a la angustia de saberte finito e insignificante, debe nacer en nosotros una necesidad por hacer algo con el tiempo que nos ha sido dado, y no, conformarnos con hacer cualquier cosa. O si, si así se elige, pero desde el reconocimiento de que lo que hacemos y somos, se debe a nosotros mismos y a nuestras elecciones, porque como dijera Sartre: “Estamos condenados a ser libres”[3]. No hay excusas ni pretextos (al menos aquí se quiere rechazarlos), sino tan solo y con Ortega, una vida que se nos dispara a quemarropa. El tiro puede salir más o menos bueno, o más o menos por la culata, pero me juego ese mismo tiro a que todos aquellos que estamos leyendo esto hemos alcanzado ese momento según el cual y como enseña el existencialismo, somos lo que hacemos de nosotros. He ahí el cruel pero maravilloso sentido de la responsabilidad existencialista. El duelo es doble y brutal, contra la enormidad y contra nosotros mismos, por tanto, es normal que Antonio Vega se sienta frágil.

4. Sinkope: “Con morir no pagan (lo sé)” [y, si quieres llorar, te hago reír]

No estamos recorriendo el cieno de nuestras miserias por casualidad o capricho, sino más bien para terminar señalando la piedra angular de las mismas: la conciencia. Esto es, nuestra facultad para conocer, y al mismo tiempo, nuestra capacidad para tomar pasado, presente y futuro, ponerlos como en una atalaya, y juzgarlos, el acierto o no de estos juicios es ya otro tema, pues aquí lo que interesa es el hecho de que así ocurre constantemente.

El resultado de este agotador ejercicio es devastador (he aquí una buena razón para que a menudo lo olvidemos, lo neguemos, o simplemente lo obviemos). Cierto que en ocasiones la conciencia nos muestra la capacidad que tenemos para lo imposible, pero de a diario lo que más bien enseña es que en términos de especie nos merecemos la extinción: capacitados para el placer, nos empeñamos en infligir dolor; buscadores de verdad desde tiempos inmemoriales, la mentira nos alimenta; bondadosos si cabe, pero malos hasta el vómito. ¡Claro! – se me reprochará- ¡de todo hay en la viña del señor! Pero lo que jode –respondo- es que al final casi siempre quede lo peor como recuerdo, ahí tenemos la Historia.

Todo camino tiene sus dificultades y más si se trata de senderos peliagudos como los que intentamos atravesar, así, cabe preguntarse qué entendemos por bueno y malo, pues si hay algo claro es que tú y yo no tenemos la misma idea de lo que estos significan. Ahora bien, ambos probablemente podamos llegar a un acuerdo que aunque sea de mínimos resultará provechoso. Qué sea lo bueno lo dejaré al margen (se trata de una empresa alejada de mis posibilidades), pero qué es lo malo, Sinkope lo borda; “vidas resumidas en un rato”, “guerras que se hacen por cojones” (los del dinero), “pueblos sin tierra”, “miseria a raudales”, “sufrimiento a lágrima viva”, “días sin orto ni ocasos”…, y por supuesto, “gente cruel que con morir no pagan”, ya que no hay justicia divina (ojalá me equivoque aunque sea solo para que ellos paguen –aun a riesgo de tener que penar eternamente por mis mundanos pecados) y la humana es una esfera, pero imperfecta, pretenciosa y llena de agujeros.

Pero tras cada caída hay que levantarse, después de todo, “hay perros que han matado coches”, ¿de qué no seremos capaces nosotros?

5. Benito Kamelas: “He decidido” [Sin trampa ni cartón]

Todas las canciones que en este experimento aparecen tienen mi más absoluta gratitud por diversos motivos con los que no aburriré al personal… ¡Salvo por uno! Y es que son capaces de girar ese estado de mala hostia y abatimiento para colocarme en una actitud donde la mirada, aunque sea por escasos momentos, se renueva y reconforta. Como digo, se lo debo a todas, pero es en este tema donde el matiz de alegría y catarsis se me aparece con mayor fuerza.

Es verdad, como bien advierte la canción el desastre nos circunda por doquier, sin embargo, éste no quita para que en determinados momentos podamos echar a volar y evadirnos sin tener la sensación de huir o de traicionar ningún ideal, ninguna causa perdida.

Decidimos entonces darnos un respiro y tomar tragos de alegría aunque no haya muchos motivos para ello. Así, quizá uno de los problemas con los que a menudo nos topamos, es que somos demasiado rácanos con nosotros mismos para disfrutar de estos momentos en los que en las hogueras arden nuestras penas y en el cielo brilla un feliz azul. Si bien es cierto que también cabe pensar que ocurre precisamente lo contrario, esto es, que habitamos una sociedad en la que somos demasiado generosos para con nosotros mismos en pro de una felicidad permanente que sólo se puede vivir como absolutamente trivial, de modo que cuando la tragedia nos visita en alguna de sus formas, nos hundimos irremediablemente, o lo que es peor, ni la sentimos al taparla con más frivolidad. Así las cosas, me parece claro que el dolor es un buen maestro y algo necesario para saber, bien lo muestra Benito Kamelas, de los extremos de la vida.

Pero quede algo claro, el desastre no nos debe agotar por mucho que nos zarandee, de modo que en los momentos precisos pongámonos a bailar sobre las olas y perdamos los papeles. Después de todo, aunque el existencialismo haya tenido siempre la vitola de un pesimismo insufrible e insuperable, lo que realmente persigue es precisamente el desarrollo de una existencia lo más plena posible, y esto es inviable sin un corazón alegre.

6. Saratoga: “Si amaneciera” [El clan de la lucha]

Pocas frases de Sartre son más conocidas que ésta: “El infierno son los otros”, pocas más geniales, y pocas más ciertas de acuerdo a determinados momentos de nuestra vida, y por desgracia, de acuerdo a determinadas y enteras vidas. Sin embargo, el propio Sartre y su filosofía supieron perfectamente que hay cosas peores que el infierno, por ejemplo, la total ausencia del otro.

Siguiendo esta línea podríamos decir de modo abstracto aquello de que somos seres inexorablemente sociales, o bien, a vueltas con Nietzsche, que los seres humanos para vivir solos necesitan ser un dios o un animal; no es mi caso. Lo que trato de decir no es que no nos guste vivir con los otros (tampoco que si), sino que genéticamente estamos condenados a ello.

Ahora bien, de modo concreto cabe apuntar que también hay condenas paradisíacas cuya liberación es el peor de los castigos, y es en este terreno donde Saratoga canta esta bellísima balada, en la que los demonios de la muerte no abandonan una vez que han llegado.

El existencialismo escribe a fuego que la vida es un absurdo, pero al igual que antes vimos que esto no significa que no se la pueda disfrutar, tampoco significará que no haya modo de crear sentido dentro de sus claros límites vida-muerte. Y si hay algo que puede darnos sentido, eso justamente son los otros. De ahí que duela tanto perderlos.

No hay filosofías, ni palabras, ni consuelo, ni drogas, ni lenitivos, ni tiempo, que nos cure de la pérdida de un Otro querido, con suerte hay cicatriz que sana bien, pero poco más[4].

Pues bien, aunque no haya nada terrenal (y el existencialismo lo es plenamente), que pueda sanar la pérdida irremediable de alguien querido, esto no quita para que esta propuesta ceje en su empeño de intentar crear sentido por encima del absurdo. Así, por esto y entre otras razones, el existencialismo es un humanismo.

7. Reincidentes: “La rabia” [Algazara] y
8. Barricada: “Tú con puñales [Hombre mata hombre]

“¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo”[5]

Una vez que se llega a la conciencia existencialista los caminos a seguir son escasos, más bien diría que sólo dos; el nihilismo (de él se hablará más adelante), o la acción. Y si hay algo que verdaderamente decida por uno u otro, esto quizá sea el modo y la cantidad de rabia que cada uno de nosotros sobrelleva y criba. El existencialismo que aquí se defiende apuesta por lo segundo, y los dos temas que agrupamos ahora, así como en general todo el panorama del rock nacional, por supuesto que también.

Cuando se enseña filosofía tiende a decirse que la Edad Moderna (en este campo al menos), comenzó con Descartes y su proyecto perfectamente ejemplificado en su conocido: “Pienso, luego existo”. Lo que este ginebrino cambió con tan sencilla frase no fue sino el hecho de virar el foco del conocimiento. Me explicaré, hasta él los pensadores se habían dedicado a estudiar fundamentalmente el mundo externo, los objetos, y con y tras él, esto cambió para centrarse sobre todo en el sujeto, en el Yo. Pues bien, quien sabe si Camus no pensó la posibilidad de una nueva y mejor época no muy lejana, o al menos en un nuevo modo de conocimiento, cuando remedó a Descartes con el impactante y genial: “Me rebelo, luego existo”. Si realmente creyó en esta hipótesis que lanzo, lo cual por otra parte dudo mucho, se equivocó. Pero lo importante no es el dilucidar mi sobre-interpretación, sino el ver que tras esas cuatro palabras se dibuja un claro camino que conduce a un difícil modo de vida en el que la lucha y la rebeldía van aparejadas a la existencia.

Si algo tiene claro así el existencialista acogido a la batalla voluntaria, eso es la opción por la lucha[6] pero la inutilidad de la misma. A pesar de su apariencia no se trata de algo contradictorio aunque sí resulte tremendamente duro. En cualquier caso, es la raíz por la que se rechazará la esperanza, o al menos, aquélla que persigue un sentido absoluto (trascendencia) e incluso considerable, -dejemos al menos en pie las pequeñas ilusiones-, y el motivo por el que tanto Camus como Sartre nos recuerdan que para obrar no es imprescindible tal esperanza, e incluso tiende a ser perjudicial. Con todo, el intento de nuestro granito de arena surgido de nuestra débil carne nadie ni nada debería poder arrebatárnoslo, aunque claro, esto ni dios nos lo asegura, he aquí otra vez la incertidumbre existencialista.

Por todo lo dicho, nos resulta desagradable pero claro que “sobrevivir es lo único que queda”, siendo la clave entonces el modo de supervivencia y ante quién y qué se sobrevive. La respuesta es: ante ellos, y ellos son lo definitivamente imposible y los absolutamente indeseables. Lo primero tiene un nombre limpio y múltiples adláteres: la muerte. Lo segundo, que son en quienes queremos centrarnos ahora y para quien está dedicada especialmente la lucha, ya los mostramos anteriormente allá por el apartado cuarto con la denuncia que llevaba a cabo la conciencia.

Esos “ellos” son todos los que elegantemente portan los puñales, los que escriben nuestra sangrienta historia, los que ofrecen gusanos vestidos de golosina, y los que en definitiva tienen y manejan todos y casi cada uno de los resortes que mueven el sistema, o mejor aún, los sistemas. Válganos de ejemplo los dos que hoy arrasan el mundo de un modo bastante global; el sistema del fanatismo religioso y el sistema del fanatismo económico. ¿Y qué es lo que cabe oponerles, qué lo que tenemos? Pues frente a sus puñales “nosotros los gritos” y la rabia y la sangre y “los frutos de la no conformidad” y “el instinto de­l eterno perdedor” y el arte y la literatura y la libertad y…, y por supuesto la música. Desde luego no es poco y bien administrado es más que suficiente para sentirte vivo. Es más, si se consigue una buena mezcla y un buen discurso (digamos que estoy pensando en ejemplos como el modo de financiación de los micro créditos llevado a cabo en algunos países del tercer mundo, en programas de inserción y de reinserción, en la alfabetización de los niños allá donde ésta es casi un imposible, o en la labor en general de numerosas ONG´s) se les puede presentar cara –aunque en cualquier momento podrán rompértela.

Así, por mucho que sepamos que “ellos” tienen la fuerza y parte de la inteligencia (después de todo Dios no está aquí para prohibir que inteligencia y maldad vayan de la mano), a nosotros nos queda la otra parte y el ánimo inquebrantable de la contumacia, esto es, nuestra insistencia en el error, es decir, nuestra negativa a la conformidad y la manía de levantar una y otra vez la cerviz, porque, quién habla de vencer, con resistir les amargamos.

9. Andy Chango: “Lo mejor que le puede pasar a un cruasán”

Este impulso de sentido que estamos montando para hacer frente al todopoderoso absurdo tiene ya unos cuantos mimbres; la música y la literatura, el Yo y el Otro, o la rabia hecha acción inteligente. Como veremos unos pasos más allá hay otros muchos pero aquí llega el lugar de uno que considero imprescindible: la risa. Eso si, ni siquiera ahora elegimos un camino fácil pues lo gracioso del asunto es que para alabar a la diosa y saludable risa lo haré con un tema que presenta a lo menos gracioso del mundo: el nihilismo.

Por lo dicho, este tema de Andy Chango (perteneciente a la B.S.O de una película del mismo nombre y basada a su vez en un libro de título homónimo), nos servirá para conjugar lo aparentemente imposible: la carcajada y la raíz de todo llanto. Pero no rehuyamos por más tiempo la explicación. ¿Qué es el nihilismo? El nihilismo puede ser una corriente filosófica, un modo de pensar, o simplemente un estado de ánimo, en cualquiera de los casos, siempre se estará bajo la idea de que nada vale nada cual losa insuperable. De aquí, que lo mejor que nos pueda pasar sea el ser como los cruasanes; que nos coman “para no vivir en este mundo y desaparecer”.

Una rápida deducción sobre lo que estamos manejando nos pondría sobre la pista del parecido existente entre el nihilismo y el existencialismo. Así, cabe apreciar que los dos partirán del mismo presupuesto, el absurdo, y que ambos creen que no se puede salir de él. Ahora bien, discreparán precisamente en lo que se puede hacer con él; nada cierto y real para los primeros y sentidos útiles para los existencialistas.

Y cómo es posible que este tema presente dos caracteres tan contradictorios como son la risa y el nihilismo, pues tan fácil como que por un lado va la letra de la canción pero por otro su espíritu, poco nihilista y mucho viva la virgen. La culpa será de Cioran[7] o de Voltaire[8], pero una cosa está clara, Chango se cruzó con el placer y aunque sólo fuera por esa noche (lo dudo) se olvidó del cruasán.

Risa o muerte. O sabemos sobrevivirnos con ciertas dosis de humor, o no sabremos sobreponernos. La risa, o mejor aún, la risa absurda, es todo un lenitivo contra el omnipotente sinsentido que a cada poco llama a nuestros ojos, y saber salvarlos de cada terrible acometida dependerá en buena medida del humor con el que sepamos encajarlas.

10. Joaquín Sabina: “Más de cien mentiras” [Esta boca es mía]

Cada vez que pienso en el suicidio esta canción acude a mí. Queramos o no, las frías estadísticas y los corazones maltrechos muestran que el interrogante de Camus visto más arriba –“la pregunta del siglo XX es la pregunta por el suicidio”- se actualiza en muchos de nosotros y en cualquier momento, es entonces cuando conviene estar preparado y este tema sin duda contribuye a ello.

Hasta aquí hemos intentado mostrar que la vida merece la pena ser vivida aunque nos sintamos incapaces de creer en cualquier absoluto, en cualquier verdad incontestable, pues bien, esta canción es un paso más. Quede así claro que el existencialismo no cree en la Verdad (o al menos en las verdades que van más allá del hecho de ser hijos del azar y libres –algo que por otro lado, tengo que reconocerlo, no deja de ser una gran creencia), pero ello no quiere decir que no acuda a pequeñas verdades o a grandes mentiras, después de todo, sobrevivir es legítimo y para ello se necesitan razones.

En esta línea, Sabina nos habla de más de cien motivos, si no conté mal, de ciento quince con exactitud. Desde luego no son malos pero sí son los suyos, y si bien muchos coincidirán, cada uno sin embargo tendrá su particular prisma de razones para no mandarse al carajo. Pero lo importante quizá no esté en el tener los argumentos, sino en el trabajarlos. Así, una buena mentira o una pequeña verdad exigen un atento cuidado para que no se nos derrumben pereciendo bajo ellas. Todo aliento vital conviene por tanto combinarlo, someterlo a crítica, degustarlo, comprenderlo, embellecerlo, padecerlo, perderlo y recuperarlo, mejorarlo, y en definitiva, hacer con él todo lo necesario para generar un sistema o una estructura (más o menos consciente) donde encontrarse y desarrollarse a gusto, sabiendo de antemano que se pueden tener numerosos reveses pero que sin embargo no deben suponer un hundimiento total. Sin más rodeos, lograr una vida que nos gustaría volver a vivir y que no acaba en derrota debido a “más de cien mentiras que valen la pena”.

11. Jaime Urrutia: “Completamente feliz” [Patente de corso]

“Hay que imaginarse a Sísifo dichoso” Camus

Parece que vamos llegando al final del camino y espero haber dejado claro que, el existencialismo defendido es un desafío al absurdo y al infinito, un grito a lo injusto y a lo imposible, un brindis al Sol en el que sabes que te vas a quemar para siempre, pero donde se disfruta del trago bajo una sonrisa a veces de desprecio, a veces de incomprensión, a veces de lucha. ¿Es posible ser feliz así? Al menos se intenta.

Veamos, si un creyente convencido de su fe me cuenta lo seguro que está de que Dios su Señor le anima, no tengo nada que decirle salvo esto: qué suerte. Del mismo modo, si quien me habla es el tipo medio (en lo referente a la fe) de nuestra sociedad, es decir, aquél a aquélla que cree en un Dios más o menos difuso, no patentado en un libro ni en una tradición, y no tirano de leyes rígidas, anticuadas y a menudo incomprensibles, pero sí antropomórfico, sí Bueno, y por supuesto sí Existente, entonces tampoco tendré nada que añadir salvo si acaso: joder que afortunado, tienes las ventajas de Dios (consuelo, Justicia, inmortalidad) pero no sus inconvenientes (obligaciones morales extrañas, ritos aburridos, castigos divinos pero de recepción terrena, y por qué no decirlo, paraísos donde el Premio es la eterna contemplación de Dios).

Ahora bien, si la conversación con tales creyentes deriva en la intención de convencerme de su Dios y de su felicidad, (algo por otra parte más que factible) entonces les escucharé pero defendiéndome, y es que uno no elige la peor opción (el absurdo y el desconsuelo, o lo que es lo mismo, la muerte es el límite infranqueable y aún existen cosas peores) por masoquismo o estupidez, sino por una sencilla razón: por (severa) sinceridad con uno mismo. Y es que empezando por aquella sentencia de Jenófanes: “Si los leones y los caballos tuviesen manos y supiesen pintar, pintarían a sus dioses con formas de león o de caballo”, siguiendo por los argumentos teológicos y antiteológicos más enrevesados, y acabando por cualquier telediario, me resulta imposible creer en un Dios Bueno y Justo, y por lo tanto, no tengo Consuelo posible. Esta es mi desgracia, y aunque ocurra, no deseo compartirla pues no hay trago más amargo.

Así las cosas, repitamos la pregunta, ¿cabe ser feliz bajo estas condiciones? ¿“Feliz sin sentido, sin causa ni motivo, completamente feliz, feliz consigo mismo, sin misticismos”? Pues respondamos que como el tipo que describe Urrutia, también yo soy un vil gusano, y del mismo modo, algunas madrugadas quedan perdidas en el tiempo surcadas por mis carcajadas, y aunque no soy el hombre con el que Urrutia se topó en aquel cuchitril, tampoco debía andar muy lejos, pues después de todo, lo único que me separa en ciertos momentos de ese tipo, es el “completamente”; eso es a lo que no alcanza el existencialista.

Hasta los caminos inciertos gozan de un claro final, y a éste hemos llegado. Mas antes, deseo acabar por un lado con una invitación a la música, a la literatura[9], y al aliento; graves y grandes formas de sobrevivir. Y por otro, de acuerdo con el extraño orden seguido en estas líneas según el cual se empezó hablando de la muerte del existencialismo, terminaremos mencionando su nacimiento con la fórmula sartriana de que la “existencia precede a la esencia”, o lo que viene a ser lo mismo, que a pesar y por encima de las circunstancias, somos los culpables de nosotros mismos. Todavía hoy, muchos, tenemos la posibilidad de conocer y reconocer tal castigo y privilegio, la pregunta entonces será, ¿qué hacemos al respecto? Sin más, buen viaje.

[1] Como el proyecto finalmente os lo mando por internet no he incluido el CD con las canciones, pero este se compondría lógicamente de los once temas que presento, supongo que la mayoría las conoceréis y si no, podréis hacerlo con las referencias dadas o solicitándomelo si os interesa.
[2] En cualquier caso, no sé hasta que punto Dios sería un inconveniente excesivo para nuestra postura, puesto que en el caso de su existencia, ya dejó de actuar como si no lo hiciera, y por tanto, el todo de lo que somos capaces y de lo que hacemos, que como veremos es de lo que se trata, sigue en nuestras manos.
[3] Nuestro genio explica perfectamente qué significa exactamente esto, yo os invito a que lo comprobéis. Ahora bien, es posible que objetéis que muchas personas, demasiadas es ya una, están condenadas, pero a ser esclavas, por desgracia así es. Sin embargo, a pesar de todas las excepciones que se quiera, considero que al menos occidente puede escapar a todas las esclavitudes excepto a las que nos autoimponemos, e incluso a éstas, aunque no sea fácil.
[4] Mentiría si no añado que para muchos sí hay algo que puede curar tal pérdida; la fe, la religión y Dios. Pero como a tantos otros, me abandonaron, o les abandoné yo, que para el caso me es indiferente. En cualquier caso y puesto que no he abandonado la vida, debo seguir buscando soluciones para soportar todo lo que ella me da.
[5] “Wer spricht von Siegen? Überstehen ist alles” R. M. Rilke
[6] Muchas palabras exigen un infinito y algunas un imposible, como ya sabían los antiguos nadie está obligado a ello… pero todos deberíamos intentarlo. Así las cosas, ¿Qué quiero decir con “lucha” y cómo escribirlo en escaso espacio? No el exigir nuestra marcha al África, no que debamos acudir a todas las manifestaciones en pro de los derechos humanos, no que podamos romper cada cristal del Mc Donal´s,…y sí, que empecemos por tener un espíritu crítico con nosotros mismos y con lo que nos rodea, para acabar allí donde nuestras fuerzas nos lleven.
[7][1911-1995] Escritor y filósofo (aunque él lo negase) rumano, y habitante tanto de las fronteras como de las profundidades del nihilismo de un modo no superado por ningún otro autor reciente.
[8] [1694-1778] El gran pesimista –y realista- por excelencia que plasmaría en “Cándido o el optimista” su ideario y genio.
[9] Aquellos a los que mínimamente haya logrado interesar en este existencialismo les aconsejaría encarecidamente que acudieran a sus fuentes originales y formidables, Sartre y Camus, y más concretamente –al menos como introducción- a sus breves obras, “El existencialismo es un humanismo”, del primero, y “El mito de Sísifo”, del segundo. Entonces se comprenderá por qué hemos de imaginar al eterno penitente Sísifo feliz.

Acabado en Gudalajara, a 28 de agosto de 2006

C. Aymí R.
A REINCIDENTES:

El mayor de los fracasos es no intentarlo. Bajo esta consigna me he animado en los momentos de mayor desazón, aquéllos donde la realidad imperaba de modo cruel. No soy nada en la música y nadie en las letras, por tanto, este proyecto parecía nacer muerto. Sin embargo, de vez en cuando habitamos en el reino de las ideas obsesivas, y juntar dos de mis pasiones, la filosofía y la música, se convirtió en el billete de ida hacia él. Ahora, acabado el proyecto (parece simple pero estos escasos folios sacados a ratos después del trabajo me han hecho sudar), puede hundirse mi reino, pero yo sé que al menos fui capaz de ponerlo en pie mientras aprendía a luchar contra cada palabra, contra cada desaliento.

¿Cuál es ahora mi problema? Tengo un texto, y tengo unas canciones seleccionadas[1], pero no sé que hacer con ello. Evidentemente me gustaría que el esfuerzo realizado viera la luz, y por ello acudo a vosotros. En parte por gratitud a todos los buenos momentos que a lo largo de los años me habéis hecho pasar, y en parte porque creo que podéis darle cuerpo a estas intenciones, o al menos orientarlas (después de todo, no tengo ni puta idea de cómo se mueve el mundo musical). Si os interesa, mi gratitud aumentaría, si no, al menos me gustaría recibir una contestación de por qué no, con diferencia, prefiero que se me diga que esto es una puta mierda a que se me trate con indiferencia.

En el hipotético caso de que os interesara, ya hablaríamos para pulir defectos y ver que hacer, pero antes de ello quisiera exponer unas condiciones. En primer lugar y atendiendo a un reto personal, la única exigencia; que no se me pague nada en el caso de obtener algún beneficio. En segundo, que la producción y el coste del proyecto sea el más bajo posible, pues si sale un disco-libreto de todo esto no me gustaría que tuviera un precio prohibitivo, ni tan siquiera caro. Y en tercero, que cubierto el presupuesto de costes, si pudiera ser, se donara parte o todo de los beneficios a alguna causa por determinar. Por último, y esto ya no es ni condición ni nada, os comento que tengo en la cabeza una posible portada para todo este tinglado, pero puesto que como dibujante soy pésimo, me gustaría hablarlo con el que realizara tal portada en caso de llevarse a cabo.

Qué difícil resulta dar el paso definitivo para un alma tan insegura y perdida, sin embargo lo he dado y a cambio sólo pido una respuesta. Gracias si habéis llegado hasta aquí y hasta la misma, o hasta a algún concierto, que hasta sin ella estaré acechándoos.

Mi nombre es Carlos Aymí Romero, soy de Guadalajara y podréis localizarme en estos teléfonos (si bien el 25 de septiembre me marcho a Berlín para no volver en dos meses): 949 227183 / 660110821, o en mi email carlosaymi@hotmail.com Un saludo a quienes enseñan a sobrevivir luchando.